TEXTO III
En la civilización del espectáculo es normal y casi obligatorio que la
cocina y la moda ocupen buena parte de las secciones dedicadas a la cultura y
que los «chefs» y los «modistos» y «modistas» tengan en nuestros días el
protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los
filósofos. Los hornillos, los fogones y las pasarelas se confunden dentro de
las coordenadas culturales de la época con los libros, los conciertos, los
laboratorios y las óperas, así como las estrellas de la televisión ejercen una
influencia sobre las costumbres, los gustos y las modas que antes tenían los
profesores, los pensadores y (antes todavía) los teólogos. Hace medio siglo,
probablemente en Estados Unidos era un Edmund Wilson, en sus artículos de The
New Yorker o The New Republic, quien decidía el fracaso o el éxito de un libro
de poemas, una novela o un ensayo. Hoy son los programas televisivos de Oprah
Winfrey. No digo que esté mal que sea así. Digo simplemente que es así.
El vacío dejado por la desaparición de la crítica ha permitido que,
insensiblemente, lo haya llenado la publicidad, convirtiéndose esta en nuestros
días no solo en parte constitutiva de la vida cultural sino en su vector
determinante. La publicidad ejerce una influencia decisiva en los gustos, la
sensibilidad, la imaginación y las costumbres y de este modo la
función que antes tenían, en este campo, los sistemas filosóficos, las
creencias religiosas, las ideologías y doctrinas y aquellos mentores que en
Francia se conocían como los mandarines de una época, hoy la cumplen los
anónimos «creativos» de las agencias publicitarias. Era en cierta forma
obligatorio que así ocurriera a partir del momento en que la obra literaria y
artística pasó a ser considerada un producto comercial que jugaba su
supervivencia o su extinción nada más y nada menos que en los vaivenes del
mercado. Cuando una cultura ha relegado al desván de las cosas pasadas de moda
el ejercicio de pensar y sustituido las ideas por las imágenes, los productos
literarios y artísticos pasan a ser promovidos, y aceptados o
rechazados, por las técnicas publicitarias y los reflejos condicionados
en un público que carece de defensas intelectuales y sensibles para
detectar los contrabandos y las extorsiones de que es
víctima. Por ese camino, los esperpentos indumentarios que un
John Galliano hace desfilar en las pasarelas de París o los
experimentos de la nouvelle cuisine alcanzan el estatuto de ciudadanos
honorarios de la alta cultura.
La civilización del espectáculo
Mario Vargas Llosa
1. El texto trata sobre
A) la frivolidad, una manera de entender el mundo.
B) la publicidad como poderosa herramienta moderna.
C) el proceso creciente de
banalización de la cultura.
D) los productos literarios y artísticos de nuestro tiempo.
E) la terrible desaparición de la crítica en nuestra era.
2. El significado de VECTOR es
A) portador.
B) seguidor.
C) crítico.
D) vicario.
E) suplente.
3. Para el autor, la civilización del espectáculo involucra
A) la exaltación que se hace de la música.
B) el adocenamiento de la
vida cultural.
C) el eclipse de los personajes célebres.
D) la irracionalidad de escritores novatos.
E) la irrupción del periodismo irresponsable.
4. Se infiere del texto que en la civilización del
espectáculo, uno de los valores más
importantes es
A) la libertad.
B) el conocimiento.
C) la lujuria.
D) la hipocresía.
E) el entretenimiento.
5. Según el autor, es incompatible señalar que la publicidad
A) condena la futilidad de
la vida cultural.
B) ejerce una influencia decisiva en los gustos.
C) es parte constitutiva de la vida cultural.
D) divulga anuncios para vender un producto.
E) se vale de las imágenes para captar clientes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario