“Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía”, la novela de César Calvo que acaba de reeditar Peisa, se publicó por primera vez en junio de 1981: hace justamente tres décadas. Su autor, muerto en el 2000 a los sesenta años de edad, no llegó a ver una segunda edición peruana de su obra (aunque sí una cubana, y traducciones al inglés y al italiano). Este hecho, que no sale de lo común en el Perú -donde muy pocos libros son reeditados-, revela una postergación de la narrativa de Calvo, tan reconocido como poeta. Se habla poco sobre el misterioso Ino Moxo; escasos lectores de literatura peruana tienen presente esta novela. A veces se sabe de ella pero se la malentiende, quizá no se le da importancia, o, peor aún, se ignora su existencia. Se trata de un libro exigente, que nos invita a reflexionar sobre los límites empobrecedores, que algunos textos borran, entre la poesía y la novela, entre la figura del “poeta” y la del “narrador”.

Como “El corazón de las tinieblas”, “Las tres mitades de Ino Moxo” narra un viaje de  occidentales hacia la selva profunda. En este caso, los territorios de la nación amawaka en el departamento de Ucayali. César Soriano y su primo César Calvo emprenden una travesía para conocer al legendario brujo Ino Moxo, nombre que significa “Pantera Negra”. En la línea de la novela de Conrad, Calvo plantea que la barbarie no reside entre los indígenas de la Amazonía, sino en la vocación asesina del sector moderno del Perú “oficial”, capitaneado desde Lima, obsesionado con los recursos de la selva y ciego a su riqueza cultural. La denuncia social es parte de la novela, rasgo que la emparienta con “El sueño del celta” de Vargas Llosa, aunque ésta es más ideológica -en un sentido crítico, no dogmático-, y menos visionaria y lírica que la obra de Calvo. De Vargas Llosa, la novela que más se acerca a “Ino Moxo” es “El hablador”, de 1987. En ambos textos encontramos personajes transculturados “al revés” -Mascarita y el mismo Ino Moxo-; es decir, peruanos occidentales que han saltado la barrera para incorporarse a una sociedad tradicional amazónica. El caso del brujo Ino Moxo es más dramático que el del estudiante sanmarquino reconvertido en hablador machiguenga, ya que Ino Moxo es el hijo de un cauchero que, siendo niño, fue raptado por los amawakas y utilizado años más tarde para conseguir armas de fuego que después levantará contra el pecho de sus padres.

Lo más destacable de la novela son la estructura de las voces, la construcción del tiempo y la dicción de los narradores. Aquí se percibe la destreza de César Calvo para edificar una ficción que reelabora, en su forma, las coordenadas de una cosmología no occidental. El narrador principal es César Soriano, que cede la palabra a César Calvo y a varios brujos, quienes se despachan con extensos relatos míticos. Sin embargo, estos personajes no son sujetos individualizados: desde su título, la novela juega con las paradojas de la unidad y la multiplicidad. Siguiendo el pensamiento amawaka, se construye una comunidad de “yosotros” -diría el mismo Calvo- en la que cada voz está habitada por otras presencias, otras ánimas cuya armonía remite a la unidad cósmica. Así también, el tiempo narrativo no es lineal: cada suceso del presente encierra un hecho del pasado y otro del futuro, de tal manera que a la comunidad de voces narrativas le corresponde una densidad de los tiempos. Por último, lo mejor de “Ino Moxo” es su lenguaje. El texto funciona, en gran medida, como una colección de “visiones” de ayahuasca, que son presentadas como fulgurantes epifanías poéticas alimentadas por un conocimiento vasto de las creencias amazónicas. No hay en este mundo acciones prosaicas; cada verbo elegido respira irrealidad. Calvo fuerza su prosa para volverla onírica sin restarle exactitud. Así, las visiones poseen una materialidad alucinada, que potencia su extrañeza.

No se debe olvidar que “Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía” bebe de otras fuentes culturales del Perú: la andina y la afroperuana. La novela reconoce la complejidad de la interacción de los grupos que integran el país y no postula su fusión en una quimérica armonía superior. En ello se aleja de novelas como “País de Jauja” de Edgardo Rivera Martínez, en la cual -no lo debemos olvidar- el mestizaje feliz es una excepción. En realidad, esa armonía superior implicaría la aculturación de las minorías, su asimilación a un modelo hegemónico. Sin embargo, las tensiones de la heterogeneidad sí tienen una salida en “Ino Moxo”. En una primera lectura, ésta probablemente sería la admisión de que el Perú más auténtico, el que debe primar en el futuro, no es el representado por Lima y la modernidad, sino todo lo contrario. Nosotros podemos ensayar otra respuesta: así como la comunidad narrativa que asume la palabra en la novela, la nación posible que emerge de estas páginas de César Calvo se parece a un “yosotros” cuyas infinitas mitades se complementan, porque cada una sólo es ella misma en la medida en que está habitada por las otras. Conocer a los brujos es descubrirse a uno mismo.